La rutina forma parte de la vida de todas las personas, todas en mayor o menor medida somos «víctimas» de este proceso. Aunque a veces, a veces suceden cosas que la molestan. Rubén empieza su día como todos los días, va en autobús todos los días y durante el viaje observa la vida de todos los pasajeros. Hasta que un día uno de esos pasajeros sale del anonimato. Él queda cautivado por ella, todos los días lo verá a la misma hora en el mismo lugar, el autobús número 15. Quiere conocerla pero tiene miedo de acercarse a ella, su amigo Diego lo ayudará o más bien lo obligará a superar sus miedos. Cristina se levanta cada mañana, va a trabajar, vuelve del trabajo y cuida a alguien a quien nunca vemos, al final sabremos que es su madre. Te va bien en el trabajo, tus días son muy ocupados y hay poco margen para la improvisación. Vive atrapado en la rutina. Cristina recibe una oferta de trabajo, pero sabe que no puede aceptarla con su madre en ese estado. Diego anima el encuentro de Cristina y Rubén, un día aparece en el bus que comparten y decide invitar a todo el bus a una fiesta, los pasajeros al principio se sorprenden, terminan entendiendo lo que Diego propone, en realidad se conocen, comparten cada día un pedacito de su vida con todos esos desconocidos, y a veces por estar encerrados en nosotros mismos no nos damos cuenta de que hay personas maravillosas a nuestro alrededor. La fiesta es un éxito pero Cristina no aparece, Rubén está decepcionado por su ausencia, sin embargo ha conocido a mucha gente maravillosa con la que podrá compartir el viaje en autobús todos los días. Cristina no fue a la fiesta porque su madre sufrió un ataque y murió. Decide aceptar el trabajo, su rutina ha cambiado, ya no tendrá que coger el autobús número 15.
No se volverán a ver en el autobús, pero los pueblos pequeños tienen estas cosas, meses después se reencontrarán en una parada de autobús…